La hipocondria es en esencia una actitud que se adopta ante la enfermedad. El hipocondríaco está constantemente sometida a introspección, minuciosamente preocupado por sus funciones fisiológicas (digestiones, estreñimiento, enrojecimientos cutáneos...) y con posibles síntomas de enfermedad.
Una persona que está realmente enferma puede ser además hipocondríaca, y quizá sus preocupaciones no se centren en los síntomas importantes (existen enfermedades graves que cursan sin apenas molestias), sino en los imaginarios, o los leves a los que él da gran importancia (dolor de cabeza, simples mareos, etc). Asimismo, el hipocondríaco, al centrar su atención en determinada función y cargarla emocionalmente, puede provocar alteraciones psicógenas (por la fuerza del impacto psicológico) de esta función y crear síntomas reales, funcionales u orgánicos.
El síntoma capital de la hipocondría es la preocupación que la persona siente por su salud, meditando constantemente sobre sus síntomas, reales o imaginarios, y llegando a percatarse de signos funcionales que escapan habitualmente a la conciencia (como la intensidad de los latidos cardíacos, el estado del pulso o las funciones digestivas). Estas personas desarrollan una sorprendente sutileza en la captación de las sensaciones internas del cuerpo. Suelen ser prolijas en la descripción de su cuadro clínico, haciendo toda clase de aclaraciones repetitivas, además este suele ser su tema predilecto de conversación ante amigos y conocidos.
La atención del hipocondríaco se centra no sólo en el estudio de sí mismo (se toma el pulso y la temperatura y el número de respiraciones por minuto varias veces al día, es el primero en comprarse un aparato para medir la tensión arterial), sino también en la cantidad y composición de los alimentos.
